lunes, 6 de julio de 2009

Más de 800.000 niños tienen que salir a trabajar en Bolivia

Más de 800.000 niños tienen que salir a trabajar
El 90 por ciento de los niños y adolescentes trabajadores de Bolivia se desenvuelve en el ámbito informal, mientras que el 10 por ciento restante lo hace en un sector estructurado de la economía.
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Ángela, Tania, Diego, Rubí, Alejandro, Joel y José Luis, los siete niños y adolescentes que ilustran esta nota, son una pequeña muestra de lo que les sucede al menos a 800.000 menores en Bolivia, que a pesar de su corta edad ya forman parte del mercado laboral de este país.
Ya en 2001, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) alertaba sobre la existencia de 800.000 niños y adolescentes trabajadores en Bolivia. De este total, un 71 por ciento estaba en el área rural y un 29 por ciento, en el área urbana.
A pesar de que no existen datos actualizados sobre la materia, los especialistas consideran que la cifra pudo no haber variado demasiado, en vista de que hasta el momento no se han creado políticas sociales de impacto para revertir estos indicadores.
De cualquier manera, la inserción temprana en la actividad económica es alarmante, dice Gary Shaye, director de Save the Children. Sobre la base de un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) 2007, sostiene que, incluso, entre el grupo de niños de siete a nueve años la tasa de participación es elevada (20 por ciento). Los niños y adolescentes trabajadores —continúa— residen especialmente en las áreas rurales, donde se concentra el 68 por ciento de los trabajadores. La participación en una actividad laboral aumenta en función de la edad y es también mayor entre los niños. El altiplano concentra a la mayor parte de los niños trabajadores (44 por ciento), mientras que las localidades de los valles son las que tienen en promedio la tasa más elevada de participación laboral.
El 90 por ciento de los niños, niñas y adolescentes bolivianos trabaja en el comercio informal, frente a un 10 ciento que lo hace en el sector estructurado de la economía, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), citados por Shaye. Kzysztof Bobka es director de la Fundación Arco Iris desde hace siete años. Su experiencia de trabajo le hace decir: “Tengo gran admiración por los niños trabajadores; hay casos heroicos como el de los lustrabotas que trabajan desde sus diez años”.
Agrega que este grupo de niños es el más vulnerable. “Ellos no escogieron vivir en la calle, sino que fueron obligados y expulsados a la calle donde se ganan el respeto de la comunidad callejera antes que en su hogar”. Actualmente, la Fundación Arco Iris tiene contacto con cerca de mil niños trabajadores, sobre todo lustrabotas y comerciantes ambulantes, de La Paz y El Alto. Según el Monitoreo 2004 de la Agencia Nacional de Noticias por los Derechos de la Infancia (ANNI), los menores desempeñan sus labores en un contexto marcado por la violencia, la discriminación y el abuso, con salarios bajos, jornadas laborales que exceden las diez horas y sin ninguna protección de la Ley General de Trabajo.

“Tenemos que ayudar porque mi mami está enferma”

Las hermanas Ángela (9) y Tania Calcina (11) son vendedoras ambulantes de cortauñas. Hace dos años se iniciaron en el comercio junto a su madre, quien oferta protectores solares por las calles Tumusla, Garcilaso de la Vega y Rodríguez; las mismas rutas siguen Ángela y Tania. En algunas ocasiones, estas dos niñas hacen su trabajo junto a su progenitora y otras, solas. Su labor empieza por las tardes, hasta la noche.
Cada una vende entre 50 y 70 bolivianos al día. “Tenemos que ayudar porque mi mami está enferma”, cuenta la mayor. Las menores viven en Chijini.

“Al día me gano 30 bolivianos”

Diego Carita, de 13 años, comenzó a trabajar a los nueve años como lustrabotas, junto a su primo que le inició en el oficio. De lunes a viernes, él asiste al colegio, pero en sábado y domingo toma su cajón de “lustra” y se dirige a San Miguel, al sur de la ciudad, donde ofrece sus servicios. “Al día me gano como 30 bolivianos”, dice el adolescente que vive en la zona Periférica. Durante las vacaciones, Diego trabaja al máximo todos los días de la semana. La ganancia que obtiene, según dice, es para aportar a los gastos de su familia.

“Mi mamá ya no me mantiene mucho”

Rubí, de 11 años, dice que casi se mantiene sola. Esta pequeña de ojos grandes se afana cada domingo entre las 07.00 y 13.00 para salir a vender sus cremas dentales. “Mi mamá me hace vender para que yo empiece a tener mis propios gastos y me compre mis propios útiles escolares, incluso mi ropa”. Como vendedora ambulante pasa y repasa la avenida Buenos Aires y hasta mitad de mañana, según dice, logra ganar entre 80 y 100 bolivianos. “Mi mamá ya no me mantiene mucho”, afirma con cierto orgullo de sí misma.

Alejandro y Joel venden golosinas para aportar a la economía de su hogar

La faena de los hermanos Alejandro (9) y Joel López (13) comienza a las 18.00, cuando toman sus respectivas cajitas con caramelos y chocolates antes de recorrer las vías del centro paceño. El par de hermanitos inicia su labor por la plaza Pérez Velasco, sigue por la calle Comercio hasta llegar a la plaza Murillo, luego baja por la calle Colón hasta la Facultad de Derecho de la UMSA, llega a la avenida Camacho y finalmente a El Prado, donde ambos toman un bus hacia la zona de Achachicala. Joel se inició en el comercio a los ocho años junto a su mamá, mientras que Alejandro comenzó a los siete. Juntos van por las calles de la ciudad recogiendo cada moneda que se les da a cambio de sus golosinas. “En viernes y sábado hay más venta porque mucha gente camina de noche”, dice el mayor. Ambos se quedan en una casa-hogar por las mañanas; por la tarde van al colegio y por la noche trabajan para ayudar a su mamá.

José Luis costea todos sus gastos personales

José Luis Canaviri (14) comenzó a trabajar a los nueve años como ayudante en la venta de materiales de construcción; ahora carga ladrillos, cemento y estuco. Vive en la zona Periférica, donde encontró sus primeros empleos. Hace tres semanas obtuvo una nueva labor en un almacén de Villa Fátima. A pesar de su corta edad, sus manos parecen las de un experimentado obrero, pues son grandes y están muy ajadas. Él asegura que traslada de un lugar a otro más de mil ladrillos por día, trabajo por el que obtiene, a la semana, 250 bolivianos, con los cuales costea su comida, ropa y material escolar. Desde hace un mes ahorra su dinero en un banco.

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